lunes, junio 01, 2009

DAVID LE BRETON:«Siento, luego existo»

Por Carlos Trosman
Psicólogo Social, Diplomado en Corporeidad.
Publicado en Kiné, la revista de lo Corporal, Nº 86 de abril de 2009.

Publicamos a continuación fragmentos de la Clase Magistral dictada por el profesor David Le Breton en el IIIº Congreso « El Cuerpo Descifrado » en México DF en octubre de 2007 : « Ensayo para una Antropología de los Sentidos ».

Las percepciones sensoriales como simbolización del mundo
« El mundo es la emanación de un cuerpo que lo penetra. »
« La antropología de los sentidos se apoya en la idea de que las percepciones sensoriales no surgen sólo de una fisiología, sino ante todo de una orientación cultural que deja un margen a la sensibilidad individual. »
No hay un mundo que pudiéramos percibir tomando distancia sin estar impregnados de sus emanaciones y que un observador indiferente podría describir con total objetividad. No hay otro mundo que el de la carne. El cuerpo es un filtro semántico. Nuestras percepciones sensoriales, enredadas con las significaciones, marcan los límites fluctuantes del entorno donde vivimos. La carne siempre es impactada por una forma de pensar el mundo, una manera del sujeto para situarse y actuar dentro del entorno, que es interior y exterior a la vez. El relevamiento del mundo no es solamente una cuestión del pensamiento, sino también de los sentidos. Antes del pensamiento, y por lo tanto mezclados con él, están los sentidos. No podemos afirmar con Descartes « pienso, luego existo », y denigrar los sentidos como inagotables fuentes de error o como escorias que sólo tienen un status menor en la relación con el mundo. « Siento, luego existo » es otra manera de instalar que la condición humana no es totalmente espiritual, sino, y en primer lugar, corporal. Entre la carne del hombre y la carne del mundo no hay ruptura, sino una continuidad sensorial siempre presente que responde simultáneamente a una continuidad de significaciones. Las percepciones sensoriales parecen la emanación de la intimidad más secreta del sujeto, pero están social y culturalmente fabricadas. La experiencia sensorial y perceptiva del mundo se instaura en la relación recíproca entre el sujeto y su entorno humano y ecológico. La experiencia de los ciegos de nacimiento, que descubren tardíamente la visión después de una operación de cataratas, es reveladora de los aprendizajes infinitesimales que son necesarios para ver. La aptitud de ver parece fluir con la naturalidad de un manantial para quienes no padecen de ceguera, pero por el contrario, es el resultado de un complejo aprendizaje. Estos hombres o estas mujeres a quienes se les abren los ojos repentinamente sobre el mundo, son incapaces de comprender y de organizar aquello que ven. Las formas, las distancias, la profundidad, las dimensiones, no tienen para ellos ningún sentido. Se estrellan contra un caos que los aterroriza, y que les llevará muchos meses domesticar. Tienen que aprender a ver, y no solamente a abrir los ojos. Ciertos ciegos descriptos por Van Senden (1960) se sienten aliviados de volver a la ceguera para no tener que batallar más contra lo visible. Descubren con espanto la inmensidad del mundo que los envuelve como una insoportable profusión en donde piensan que jamás sabrán desenvolverse. En tanto que no hayan integrado los códigos, los nuevos videntes devienen ciegos a las significaciones de lo visual, porque han recobrado la vista pero no su uso. Algunos asimismo rehúsan abrir los ojos y continúan moviéndose como antes, con la ayuda del tacto, del oído, de sensaciones térmicas, kinestésicas, olfativas.
La experiencia perceptiva de un grupo se modula a través de la sucesión de intercambios con los otros. Las discusiones, los aprendizajes específicos, modifican o afinan las percepciones que nunca están congeladas por la eternidad, sino que permanecen siempre abiertas a la experiencia y ligadas a una relación presente con el mundo. Una modesta experiencia de enología por ejemplo, devela en pocos días una infinidad de matices sensoriales que el individuo no pudo siquiera percibir en su jarra de vino. Antes del pensamiento o de la acción, siempre están los sentidos y el sentido, una manera para el actor de ser atravesado por su entorno de una manera comprensible. Del mismo modo que hay mucho para ver, para escuchar, para degustar, para tocar, o sentir, en una palabra, mucho de todo para comprender, la mayor parte del tiempo la vida transcurre justamente en la indiferencia de aquello que no ha podido ser percibido, a menos que la curiosidad haga que el sujeto preste más atención.
La dimensión de los sentidos evita el caos. Las percepciones son justamente la consecuencia de la selección efectuada sobre el flujo sensorial que baña al hombre. Los sentidos se deslizan sobre las cosas familiares sin prestarles atención en tanto no sea necesario. La categorización es más o menos laxa y no desea producir esfuerzos de comprensión suplementaria.
La abundancia del mundo no es equivalente a la abundancia del lenguaje, siempre las percepciones están en deuda con todo aquello que podríamos percibir. El individuo fracasa en capturar todo, y esa es su posibilidad. Siempre hay más para ver, para escuchar, para sentir, para degustar o para tocar, y aún más, lo real nunca es solamente un teatro de proyecciones de significados que necesitamos percibir, sino también, y en primer lugar, es algo que debemos crear. Esta creación supone un recorte aplicado a escenas visuales, olfativas, gustativas, táctiles, auditivas. La concepción del mundo está sostenida por una cultura, y esparcida en cada uno de sus miembros, y no cesa de marcar una frontera entre lo visible y lo invisible, lo olfativo y lo inodoro, lo gustoso y lo insípido, lo audible y lo inaudible, lo táctil y lo insensible. Los desacuerdos de la percepción son solamente conflictos de interpretación, y traducen los desacuerdos del mundo. Las percepciones sensoriales dibujan un mundo de significaciones y de valores, un mundo de connivencia y de comunicación entre los hombres. El hombre de ningún modo es un ojo, una oreja, una mano, una boca o una nariz, sino más bien una mirada, una escucha, un toque, una probada, una olisqueada, vale decir una actividad. En todo momento instituye el mundo sensorial donde esá inmerso como un mundo de sentidos y de valores. La percepción no es una coincidencia con las cosas, sino una interpretación. No es lo real lo que los hombres perciben sino un mundo de significaciones. Todo hombre camina en un universo sensorial ligado a aquello que su historia personal ha hecho de su educación. Los sentidos no son « ventanas » al mundo, « espejos » dispuestos para reflejar las cosas con total indiferencia respecto de las culturas o de las sensibilidades, son filtros que retienen en su tamiz aquello que el individuo ha aprendido a incorporar o que busca identificar movilizando para ello sus recursos. Las cosas no existen en sí mismas, siempre son investidas de una mirada, de un valor que las vuelve dignas de ser percibidas. La configuración y el límite del despliegue de los sentidos pertenece al trazado de la simbología social. Estamos inmersos en un entorno que no es otra cosa que lo que percibimos. El hombre ve, oye, siente, gusta, toca, prueba la temperatura ambiente, percibe el rumor interior de su cuerpo, y eso hace que el mundo sea una medida de su experiencia, lo vuelve comunicable a los otros inmersos como él en el sentido del mismo sistema de referencias sociales y culturales. La percepción adviene de los sentidos. Las significaciones que se ligan con las percepciones están marcadas de subjetividad : encontrar un café dulce o el agua de mar más bien fría, por ejemplo, suscita a menudo un debate que demuestra que las sensibilidades de unos y de otros no son exactamente homologables, que hay matices aún cuando la cultura sea compartida, pues sentir nunca se da sin que se pongan en juego significados.

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